Los best-sellers de negocios venden millones de ejemplares con consejos rápidos del estilo "cómo motivar a sus empleados". Una mezcla de autoayuda y sentido común. Pero, entre la vorágine, mejor hacerse un tiempo para reflexionar y evaluar cuánto valen realmente estos consejos...
Si hay una peste en el pensamiento gerencial, es el abusivo uso del "cómo". No hay revista, libro de gestión, ni candidato a best-seller, que no tenga como título (o en el subtítulo) la partícula "cómo".
Og Mandino, Bucay, Quién se llevó mi queso, Gung Ho y varios miles más mezclan, a la manera de Biblia con calefón, el género autoayuda con el pensamiento del sentido común para lograr que los gerentes (una nueva raza creada por la posmodernidad o modernidad líquida) compren "fast thinking".
Un profesor mío decía que, a veces, hay que filosofar mientras se está quemando la casa. Él lo llamaba "efecto Sputnik". Cuando los rusos pusieron su nave en el cielo, en los Estados Unidos se desató una crisis en varios niveles.
Así fue cómo en Cape Cod, un balneario de moda por aquellos años, un grupo de educadores se sentó para PENSAR en la crisis de la educación, y no en CÓMO poner un cohete en la luna. El alunizaje sólo llegaría después de revisar por qué la nación había perdido su ventaja competitiva en el capital más valioso: el intelectual.
De aquel grupo finalmente salió un manifiesto educativo que se apoya sobre el valor del pensar "slow" (aunque, por aquel entonces, no existía esa noción de lentitud).
En este sentido, me gustaría hacer un aporte "lento". ¿Por qué? Precisamente, porque la casa arde y hay que reflexionar.
Jeffrey Pfeffer, profesor universitario de Stanford desde 1979, en un libro aún no traducido ("What were they thinking: Unconventional wisdom about management") se pregunta por el sentido común (o "sabiduría convencional", si traducimos literalmente la expresión). Posiblemente sea ése el incendio, la falta de ideas o demasiadas afirmaciones rápidas, modas que se propagan en grandes videoconferencias, ideologías disfrazadas de tecnología de gestión y poca revisión de los fundamentos.
Si bien el libro es un "picadito" de temas, producto de la compilación de columnas publicadas por el mismo autor en la revista Business 2.0, no deja de ser interesante el abordaje.
Y, en su capítulo de remuneración, la intocable de la "remuneración variable" plantea algunas dudas.
Los programas de remuneración variable se propagaron velozmente en los últimos años. Pfeffer, basándose en datos de la consultora Hewitt, dice que en 1991, sólo el 51 por ciento de las compañías estadounidenses pagaban remuneración variable. En 2003, ya era el 77 por ciento. Y la tendencia se repite en Canadá, Japón, Europa, etc.
Sin embargo, nadie se atreve a decir la verdad: la remuneración variable no da los resultados esperados. La remuneración, como elixir universal para la alineación del personal, no deja de ser una esperanza vacua.
El dinero es un motivador extrínseco, una fórmula adoptada desde la gerencia para evitar comprometerse con las soluciones de fondo, las que llevan a preguntarse por la motivación. Nadie trabaja si no es por dinero, eso está claro, pero también se sabe que el dinero no es motivador, ya que "per se" no funciona. Hasta acá Pfeffer.
Remunerar significa, en nuestra lengua, "retribuir". Su origen remoto del indoeuropeo es "mei", de donde proviene el latin "munus" (don) y de ahí "munero" (regalar, gratificar).
Esta misma raíz se encuentra en en otras dos palabras, que el pensamiento filosófico político italiano (Espósito, Agamben y Negri) ha analizado en profundidad: comunidad e inmunidad. Munus es aquello que obliga a estar con otros, en comunidad. No obstante, en sentido negativo, es aquello que puede excluir: la inmunidad.
Inmune es, en un primer sentido, quien está privado o dispensado de una obligación, de un deber, de un munus. El munus expresa lo que diferencia a uno de otros. Munus expresa en nuestra modernidad una tendencia a la individualización y la ruptura de los lazos comunitarios.
Por eso, el riesgo del facilismo en la remuneración puede ser contraproducente, ya que genera situaciones donde algunos son recompensados exageradamente por los sistemas variables mientras otros sienten que han quedado excluidos.
Así, la comunidad (u organización), se quiebra en la sospecha de un sistema donde algunos son más gratificados que otros. Un don, munus, puede servir para remunerar. Pero, si vuelve inmunes a unos frente a otros, rompe la obligación.
Por eso, algunos pensadores y analistas de empresas, como Elliot Jaques, se oponían fervientemente a los sistemas variables. Según Jaques, la remuneración debería basarse en un sistema jerárquico donde a los distintos agentes se les pague en función de su capacidad. Eso es justicia.
En definitiva, muchas veces la lengua contiene las claves para pensar. Y no siempre es cuestión de "cómo" hacerlo, sino de plantearse la pregunta adecuada e invitar a un intercambio de reflexiones.
Por: Ricardo Czikk - Profesor de Posgrado Psicología (UBA)
Fuente: Materiabiz
Si hay una peste en el pensamiento gerencial, es el abusivo uso del "cómo". No hay revista, libro de gestión, ni candidato a best-seller, que no tenga como título (o en el subtítulo) la partícula "cómo".
Og Mandino, Bucay, Quién se llevó mi queso, Gung Ho y varios miles más mezclan, a la manera de Biblia con calefón, el género autoayuda con el pensamiento del sentido común para lograr que los gerentes (una nueva raza creada por la posmodernidad o modernidad líquida) compren "fast thinking".
Un profesor mío decía que, a veces, hay que filosofar mientras se está quemando la casa. Él lo llamaba "efecto Sputnik". Cuando los rusos pusieron su nave en el cielo, en los Estados Unidos se desató una crisis en varios niveles.
Así fue cómo en Cape Cod, un balneario de moda por aquellos años, un grupo de educadores se sentó para PENSAR en la crisis de la educación, y no en CÓMO poner un cohete en la luna. El alunizaje sólo llegaría después de revisar por qué la nación había perdido su ventaja competitiva en el capital más valioso: el intelectual.
De aquel grupo finalmente salió un manifiesto educativo que se apoya sobre el valor del pensar "slow" (aunque, por aquel entonces, no existía esa noción de lentitud).
En este sentido, me gustaría hacer un aporte "lento". ¿Por qué? Precisamente, porque la casa arde y hay que reflexionar.
Jeffrey Pfeffer, profesor universitario de Stanford desde 1979, en un libro aún no traducido ("What were they thinking: Unconventional wisdom about management") se pregunta por el sentido común (o "sabiduría convencional", si traducimos literalmente la expresión). Posiblemente sea ése el incendio, la falta de ideas o demasiadas afirmaciones rápidas, modas que se propagan en grandes videoconferencias, ideologías disfrazadas de tecnología de gestión y poca revisión de los fundamentos.
Si bien el libro es un "picadito" de temas, producto de la compilación de columnas publicadas por el mismo autor en la revista Business 2.0, no deja de ser interesante el abordaje.
Y, en su capítulo de remuneración, la intocable de la "remuneración variable" plantea algunas dudas.
Los programas de remuneración variable se propagaron velozmente en los últimos años. Pfeffer, basándose en datos de la consultora Hewitt, dice que en 1991, sólo el 51 por ciento de las compañías estadounidenses pagaban remuneración variable. En 2003, ya era el 77 por ciento. Y la tendencia se repite en Canadá, Japón, Europa, etc.
Sin embargo, nadie se atreve a decir la verdad: la remuneración variable no da los resultados esperados. La remuneración, como elixir universal para la alineación del personal, no deja de ser una esperanza vacua.
El dinero es un motivador extrínseco, una fórmula adoptada desde la gerencia para evitar comprometerse con las soluciones de fondo, las que llevan a preguntarse por la motivación. Nadie trabaja si no es por dinero, eso está claro, pero también se sabe que el dinero no es motivador, ya que "per se" no funciona. Hasta acá Pfeffer.
Remunerar significa, en nuestra lengua, "retribuir". Su origen remoto del indoeuropeo es "mei", de donde proviene el latin "munus" (don) y de ahí "munero" (regalar, gratificar).
Esta misma raíz se encuentra en en otras dos palabras, que el pensamiento filosófico político italiano (Espósito, Agamben y Negri) ha analizado en profundidad: comunidad e inmunidad. Munus es aquello que obliga a estar con otros, en comunidad. No obstante, en sentido negativo, es aquello que puede excluir: la inmunidad.
Inmune es, en un primer sentido, quien está privado o dispensado de una obligación, de un deber, de un munus. El munus expresa lo que diferencia a uno de otros. Munus expresa en nuestra modernidad una tendencia a la individualización y la ruptura de los lazos comunitarios.
Por eso, el riesgo del facilismo en la remuneración puede ser contraproducente, ya que genera situaciones donde algunos son recompensados exageradamente por los sistemas variables mientras otros sienten que han quedado excluidos.
Así, la comunidad (u organización), se quiebra en la sospecha de un sistema donde algunos son más gratificados que otros. Un don, munus, puede servir para remunerar. Pero, si vuelve inmunes a unos frente a otros, rompe la obligación.
Por eso, algunos pensadores y analistas de empresas, como Elliot Jaques, se oponían fervientemente a los sistemas variables. Según Jaques, la remuneración debería basarse en un sistema jerárquico donde a los distintos agentes se les pague en función de su capacidad. Eso es justicia.
En definitiva, muchas veces la lengua contiene las claves para pensar. Y no siempre es cuestión de "cómo" hacerlo, sino de plantearse la pregunta adecuada e invitar a un intercambio de reflexiones.
Por: Ricardo Czikk - Profesor de Posgrado Psicología (UBA)
Fuente: Materiabiz
3 comentarios:
cagón! borraste los comentarios.....la marca en el orillo.oriyo, oriya? a donde se llega?...a cagar!!
tenés schuputza! se te huele la mierda. Perdón, no quise decirlo....
Eso mismo digo yo es hora de pensar en los recursos humanos!!!!
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