Imagine un hotel de buena categoría. Visualice cómo el chef, que ama lo que hace, se esmera día a día en sorprender gratamente a los comensales. O una encargada de mantenimiento que antes de cerrar la puerta de la habitación cada vez que termina con su tarea, dirige una amplia mirada y sonríe con satisfacción: “Quedó impecable, huele a limpio...”, piensa y se retira. La persona a cargo de la recepción o conserjería adora las relaciones públicas, conocer diferentes idiomas y costumbres, por lo que escucha atentamente a los huéspedes y se ha capacitado en cómo mejorar el servicio al cliente.
Y esto se percibe en todo el personal. Sería éste un lugar ideal para hospedarse, ¿verdad?
Ahora imagine su Empresa. Al empleado administrativo le apasiona el orden y los procedimientos. Ha llegado al puesto de trabajo que ha buscado siempre. La persona a cargo de las relaciones institucionales no puede quedarse quieta unos minutos. Va y viene dando rápidos pasos. Ama su trabajo porque siente que cada día que pasa suma un nuevo amigo, conoce a alguien interesante. Y el responsable de la planta industrial pasaría horas sentado sin dejar de mirar de esa máquina, que le quita el sueño, porque debe hallar la manera de que funcione a la perfección. Sabe que la solución mecánica existe. ¡Y quiere hallarla!
¿Cuál es la característica en todos los casos? Que cada uno desempeña el rol que le agrada y por el que trabaja aun cuando descansa porque adora experimentar y aprender.
No se desarrollaron en sus áreas de debilidad, lo que haría de ellos empleados desmotivados e insatisfechos. Y por esto, se benefician todos.
La Teoría de las Cualidades nos duele cuando nos hace ver que desde siempre nos hemos detenido en nuestros defectos, porque se supone que mejorando nuestras fallas nos haremos perfectos, y el entorno nos ha llevado sutilmente a vivir con esta creencia.
A modo de ejemplo, a veces nos sorprendemos cuando alguien nos describe nuestras virtudes y no nuestros errores; el periódico habla del asesinato del barrio; pero no de las miles de personas que viven normalmente; de la quiebra de X Empresa, no de las que crecen día a día. Y este supuesto es erróneo. Porque conseguir ser muy buenos en nuestras debilidades sólo hará que dediquemos mucho tiempo y energía a superar ese obstáculo, incluso convertirlo en desafío. Y si no luchamos por eso, para la sociedad seremos unos débiles.
Este gasto excesivo de energía que demanda mejorar en lo que no nos destacamos, radica en que lo que nos cuesta más requiere de mayor esfuerzo. Lo que nos cuesta menos es placentero, nos desenvolvemos con naturalidad, queremos aprender más y más de ello y buscamos practicarlo por el afán de experimentar. Pero... ¿para qué intentar evolucionar en algo que sabemos hacer? Segundo error.
Si dejamos dormir nuestras cualidades mientras mejoramos nuestras debilidades, con mucho tiempo y dedicación, lograremos hacer que esa debilidad se asemeje a una cualidad. Seremos buenos en muchas cosas a la vez. Pero excelentes en nada. Porque le estamos quitando energía al desarrollo de una cualidad que nos hará destacados, muchas veces al punto tal de compensar nuestros defectos.
Muchos escritores famosos tenían tremendas faltas de ortografía, pero trabajaban en mejorar sus ideas. Las faltas las podría corregir cualquier colaborador de redacción. Pero las ideas tenían un origen único y original. Que Albert Einstein no fuera muy prolijo en su aspecto no ha hecho de él un físico mediocre. De hecho, hasta se ha transformado en un simpático sello de su imagen. Esta teoría, basada en muchísimos años de observación en universidades y grandes corporaciones, demuestra que debemos realizar cuatro tareas para alcanzar la excelencia:
• Detectar nuestra/s cualidad/es
• Detectar nuestras debilidades
• Desarrollar la/s primera/s
• Manejar las segundas
Esto significa que no se trata de olvidar nuestros defectos, sino de tratarlos de manera tal que no entorpezcan nuestro desarrollo de cualidades. Por ejemplo, si un niño suele tener muy bajas calificaciones en literatura y lenguaje, y excelentes en matemáticas, debería trabajar en mejorar en las dos primeras hasta que dejen de ser un problema. Y continuar mejorando al máximo sus puntos fuertes, lo que seguramente, llevado a la excelencia, puede hacer de él un pequeño con menciones y premios especiales, fuera o dentro del ámbito escolar, de niño, joven o adulto.
¿Consecuencias? Sentirá siempre alta su autoestima porque eso es lo que logran los que se destacan en algo. Por el contrario, los que son buenos en todo, muchas veces quedan atrapados en la mediocridad de cumplir con lo establecido. “Aprendices de todo, maestros de nada”, reza una frase popular.
Volviendo al ámbito de las empresas y organizaciones, la Teoría de las Cualidades sugiere hacer más fácil la tarea: asignar a cada integrante el cargo que realmente le gustaría ocupar por vocación (no sólo por capacitación o competencias). De esa manera, aprende rápidamente y desea mejorar día a día, incluso sin que nadie lo solicite.
No es difícil imaginar que nuestro chef (el del hotel, ¿se acuerda?) no detecte el real paso del tiempo y se quede dos o tres horas después de su horario habitual ideando nuevos manjares. Cuando alguien se desarrolla en su habilidad, el trabajo se confunde a menudo con el hobby. Y desde luego, la motivación es intrínseca.
La Teoría también afecta la elección de los socios, además de los colaboradores. Todas las sociedades que reportan éxitos hacen mención de la unión de capacidades de los asociados para llevar una empresa exitosa adelante.
Un joven de 29 años, llamado Henry Ford –fundador de Ford Motor Company–, solía decir: “Un trabajo que a uno le interesa jamás es duro. Y yo nunca dudo de su éxito”. Mientras tanto preparaba su primer máquina rodante, en 1892.
Y esto se percibe en todo el personal. Sería éste un lugar ideal para hospedarse, ¿verdad?
Ahora imagine su Empresa. Al empleado administrativo le apasiona el orden y los procedimientos. Ha llegado al puesto de trabajo que ha buscado siempre. La persona a cargo de las relaciones institucionales no puede quedarse quieta unos minutos. Va y viene dando rápidos pasos. Ama su trabajo porque siente que cada día que pasa suma un nuevo amigo, conoce a alguien interesante. Y el responsable de la planta industrial pasaría horas sentado sin dejar de mirar de esa máquina, que le quita el sueño, porque debe hallar la manera de que funcione a la perfección. Sabe que la solución mecánica existe. ¡Y quiere hallarla!
¿Cuál es la característica en todos los casos? Que cada uno desempeña el rol que le agrada y por el que trabaja aun cuando descansa porque adora experimentar y aprender.
No se desarrollaron en sus áreas de debilidad, lo que haría de ellos empleados desmotivados e insatisfechos. Y por esto, se benefician todos.
La Teoría de las Cualidades nos duele cuando nos hace ver que desde siempre nos hemos detenido en nuestros defectos, porque se supone que mejorando nuestras fallas nos haremos perfectos, y el entorno nos ha llevado sutilmente a vivir con esta creencia.
A modo de ejemplo, a veces nos sorprendemos cuando alguien nos describe nuestras virtudes y no nuestros errores; el periódico habla del asesinato del barrio; pero no de las miles de personas que viven normalmente; de la quiebra de X Empresa, no de las que crecen día a día. Y este supuesto es erróneo. Porque conseguir ser muy buenos en nuestras debilidades sólo hará que dediquemos mucho tiempo y energía a superar ese obstáculo, incluso convertirlo en desafío. Y si no luchamos por eso, para la sociedad seremos unos débiles.
Este gasto excesivo de energía que demanda mejorar en lo que no nos destacamos, radica en que lo que nos cuesta más requiere de mayor esfuerzo. Lo que nos cuesta menos es placentero, nos desenvolvemos con naturalidad, queremos aprender más y más de ello y buscamos practicarlo por el afán de experimentar. Pero... ¿para qué intentar evolucionar en algo que sabemos hacer? Segundo error.
Si dejamos dormir nuestras cualidades mientras mejoramos nuestras debilidades, con mucho tiempo y dedicación, lograremos hacer que esa debilidad se asemeje a una cualidad. Seremos buenos en muchas cosas a la vez. Pero excelentes en nada. Porque le estamos quitando energía al desarrollo de una cualidad que nos hará destacados, muchas veces al punto tal de compensar nuestros defectos.
Muchos escritores famosos tenían tremendas faltas de ortografía, pero trabajaban en mejorar sus ideas. Las faltas las podría corregir cualquier colaborador de redacción. Pero las ideas tenían un origen único y original. Que Albert Einstein no fuera muy prolijo en su aspecto no ha hecho de él un físico mediocre. De hecho, hasta se ha transformado en un simpático sello de su imagen. Esta teoría, basada en muchísimos años de observación en universidades y grandes corporaciones, demuestra que debemos realizar cuatro tareas para alcanzar la excelencia:
• Detectar nuestra/s cualidad/es
• Detectar nuestras debilidades
• Desarrollar la/s primera/s
• Manejar las segundas
Esto significa que no se trata de olvidar nuestros defectos, sino de tratarlos de manera tal que no entorpezcan nuestro desarrollo de cualidades. Por ejemplo, si un niño suele tener muy bajas calificaciones en literatura y lenguaje, y excelentes en matemáticas, debería trabajar en mejorar en las dos primeras hasta que dejen de ser un problema. Y continuar mejorando al máximo sus puntos fuertes, lo que seguramente, llevado a la excelencia, puede hacer de él un pequeño con menciones y premios especiales, fuera o dentro del ámbito escolar, de niño, joven o adulto.
¿Consecuencias? Sentirá siempre alta su autoestima porque eso es lo que logran los que se destacan en algo. Por el contrario, los que son buenos en todo, muchas veces quedan atrapados en la mediocridad de cumplir con lo establecido. “Aprendices de todo, maestros de nada”, reza una frase popular.
Volviendo al ámbito de las empresas y organizaciones, la Teoría de las Cualidades sugiere hacer más fácil la tarea: asignar a cada integrante el cargo que realmente le gustaría ocupar por vocación (no sólo por capacitación o competencias). De esa manera, aprende rápidamente y desea mejorar día a día, incluso sin que nadie lo solicite.
No es difícil imaginar que nuestro chef (el del hotel, ¿se acuerda?) no detecte el real paso del tiempo y se quede dos o tres horas después de su horario habitual ideando nuevos manjares. Cuando alguien se desarrolla en su habilidad, el trabajo se confunde a menudo con el hobby. Y desde luego, la motivación es intrínseca.
La Teoría también afecta la elección de los socios, además de los colaboradores. Todas las sociedades que reportan éxitos hacen mención de la unión de capacidades de los asociados para llevar una empresa exitosa adelante.
Un joven de 29 años, llamado Henry Ford –fundador de Ford Motor Company–, solía decir: “Un trabajo que a uno le interesa jamás es duro. Y yo nunca dudo de su éxito”. Mientras tanto preparaba su primer máquina rodante, en 1892.
Fuente: HRA
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